Mi primer recuerdo en relación con mi obra de arte fue cuando coloqué una línea de pequeños dibujos sobre la enorme mesa de comedor en casa y se los mostré a mi papá. Incluso de puntillas apenas alcancé el borde de la mesa. Hubiera sido cuatro. Su aprobación y felicidad dejaron su huella en mí. Más tarde, con el paso de los años siguientes, me di cuenta de que lo único que me importaba de la escuela era dibujar en la pizarra y, con mucho esfuerzo, conquisté ese espacio.